jueves, 14 de junio de 2012


Filósofo de etiqueta.
Durante el curso pudimos darnos cuenta de la multiplicidad de imágenes que hay de los filósofos, desde el ya clásico fumador de marihuana Véase huevo cartoon, pasando por el erudito enclaustrado Véase Sophie Bassouls  hasta el súper héroe Véase philosophical Powers , vimos  como lo que en un inicio fue “la imagen del filósofo” se convirtió en las imágenes del filósofo ya que la mayoría partían de enfoques diferentes y algunas mostraban aspectos que no siempre han sido tratados o no son tan populares; pero en general, todas estas formas  buscan darle al filósofo una identidad, un sitio dentro la sociedad. Algunas de las formas que observamos son graciosas, misteriosas, ridículas, sobrias, etc.  pero lo que de  común tienen a mí parecer son tres aspectos:  
  • 1.       El filósofo es alguien que tiene mucho conocimiento.
  • 2.       Está en un ámbito de realidad diferente al resto de  la sociedad, es “raro”.
  • 3.       Es una persona solitaria.
Bajo estos tres supuestos, me pregunto ¿qué tanto los filósofos estamos comprometidos con un ideal del filósofo? ¿Cuáles son nuestros límites? Y ¿Qué tanto estamos dispuestos a aceptar nuevas conductas y modelos  de pensamiento?
Si bien, no generalizo, sí observo una tendencia (al menos dentro de la institución en la que nos encontramos) de repetir estereotipos  como las arriba mencionados; entre los filósofos suele haber un rechazo hacia lo diferente, en este caso hacia lo “normal” u ordinario, este rechazo es reflejo de la carga conceptual que se trae arrastrando y que dictamina la diferencia entre El Filósofo y todo lo demás.
Haciendo recuento de clases pasadas tomo el siguiente ejemplo: ¿Qué pasaría si una chica vestida de manera provocativa (al estilo Jessica Rabbit) llega al salón de clases y dice ser filósofa? ¿Le creeremos? ¿Estaríamos dispuestos a aceptarla?  Este es quizá un mal ejemplo, pero lo que quiero mostrar es cómo dentro del ámbito filosófico existen posturas que confían en que para ser filósofo hay que tener ciertas características infranqueables o de lo contrario, no puede llamarse tal, pero ¿qué hay de los filósofos que reconocen que no saben, ni mucho ni  de todo, o que no proclaman ser el tope del mundo? ¿O que simplemente no buscan la soledad?
La llamada crisis del filósofo a la que nos enfrentamos me parece que es más bien una transformación, una nueva forma de hacer filosofía y ser filósofo, que involucra volver a pensar qué somos y reinventarnos.  En este sentido es de gran ayuda ver cómo nos miran aquellos no tan cercanos a la filosofía y qué tanto nosotros fomentamos ciertas maneras de ser (acartonadas o no) y para qué.

Elaborado  por: Paulina Ramírez 

lunes, 11 de junio de 2012

La frivolidad y la grandeza del quehacer filosófico (II)


El respiro de la inteligencia: la construcción de un nuevo quehacer

 «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»
Eclesiastés 1:2

La escritora Yazmina Reza en su libro En el trineo de Shopenhauer nos advierte que: “la frivolidad es una respiración de la inteligencia; es el oxígeno de la mente”.  Esta consideración plantea algo que contradice lo que habíamos señalado en la reflexión anterior. Se señala entonces que la actitud reflexiva e intelectual del filósofo no lo hace ser una persona frívola, por el contrario, Reza nos indica que éste necesita serlo. Esta escritora expresa que la frivolidad  procede de la adquisición y el disfrute efímero de las cosas materiales, pero además, que ésta es un remedio para el afán del intelecto que es controlador e imparable, y por lo tanto, dañino. De modo que esta idea evidentemente se relaciona con la asunción de que alguien es frívolo cuando asume problemas o situaciones de forma superficial o infundada.

En su libro, esta escritora nos describe como Ariel Chipman, profesor de filosofía, tras haberse consagrado por más de treinta años al saber, cae en una terrible crisis, una terrible depresión. Es entonces cuando Chipman se pregunta: “por qué truco de magia un cerebro espera lo que es incapaz de recibir, un cerebro que durante treinta años, servilmente y como loro, ha consolidado un templo donde nadie delira, ni llora, ni se pierde, un cerebro blindado digamos contra la debilidad, nos dejamos embaucar por maestros, hacemos progresos en los laberintos creyendo que se trata de la felicidad del espíritu, hasta el día en que de repente nada se sostiene”. De esta manera Reza hace una crítica sobre cómo el filósofo determina su existencia y el conocimiento de la vida únicamente a través de una actitud reflexiva y de las pautas o explicaciones que ésta propicia. Y es así como llega la desafiante pregunta: ¿Es la filosofía la única manera de encontrarle sentido a la vida? (considerando que la filosofía sólo implica una actividad meramente intelectiva). Chipman nos advierte: “Digan lo que digan, Spinoza no ayudó demasiado a mi maestro Deleuze cuando éste se tiró por la ventana, ni a mi maestro Althusser cuando estranguló a su mujer antes de ornarla con un trozo de cortina roja”. Por tanto, este libro nos permite cuestionarnos sobre lo peligroso que puede ser llevar la vida sólo desde un punto de vista intelectual. El peligro de sumergirnos en la soledad, sufrirla y sólo intentar entenderla y vivirla mediante razonamientos y profundas reflexiones. 

No obstante, al leer este libro sucedió algo que me hizo sentir inconforme. Éste nos plantea algo sobre lo que ya se ha escrito mucho y se ha comentado hasta el cansancio: no hay ningún conocimiento ni discurso completo, último y asequible que nos de los elementos suficientes tanto para entender la realidad como para controlar cada situación o cada sentimiento. Hemos admitido muchas veces que los filósofos solemos apartarnos del mundo y de los otros a precio de algo más noble y auténtico: el saber y la búsqueda de la verdad. Todos nos hemos reído con la famosa anécdota de Tales cayéndose por estar contemplando las estrellas. Anécdota muy conocida tanto por los filósofos como los no filósofos. Pero si el chiste que se cuenta dos veces deja de tener gracia, el que se cuenta mil veces más ya ni sentido tiene. Sin embargo, me parece conveniente cuestionarnos sobre la frivolidad como remedio a los males del intelecto considerando lo que se señaló en la reflexión anterior. Así pues, surgen inevitablemente varias preguntas: ¿no habíamos reconocido tantas veces lo pernicioso de la frivolidad?, ¿qué tanto mal puede provocar?, ¿no era desde el principio uno de nuestros peores enemigos a vencer?, ¿las maneras en que hemos intentado combatirla habrán sido las correctas?, ¿hasta qué punto sería pertinente ser frívolos? Tal vez se siguen y se seguirán planteando tantas preguntas por ese afán controlador del intelecto que nunca cesa, que quiere y siente que siempre puede hallar no sólo algo nuevo sino lo mejor.

Por otra parte, creo que sabemos muy bien que hay discursos e ideas que hacen lucir bien; claro, unos mejor que otros. Quizás por ello nos inclinamos a identificarnos con ciertas representaciones sobre nosotros. Sabemos que la popularidad  y el seguimiento de ciertas ideas o pensamientos se determina en ocasiones por sus virtudes, pero también por la fama y el reconocimiento que tienen, y que no siempre está ligado a su pertinencia o su valor. De alguna forma, los filósofos tratamos de refinar nuestro gusto intelectual estudiando o siguiendo a autores o ideas que son aceptadas y enaltecidas en distintos grupos sociales, tanto en el ámbito filosófico como el no filosófico. También creo que nos es evidente que en muchas ocasiones ciertos saberes o posturas intelectuales nos brindan o propician placeres efímeros, y placeres que útilmente nos controlan o controlan a los demás. Es por todo esto que ahora pienso que el escaparate de zapatos que describe Reza como respiro de la inteligencia no es tan diferente a un escaparate de ideas, discursos o razones.

Ahora bien, como se señaló en la primera reflexión, el curso partió del supuesto de una crisis en la imagen del filósofo. Puede ser que esta crisis esté a la par de una crisis sobre el quehacer del filosofo, de su carácter solitario y a este afán del intelecto imparable, y en ocasiones, frívolo. También es posible que los males del intelecto surgen del seguimiento de esa actitud seria e implacable. Pese a que nos guste y nos identifiquemos con la imagen de hombres solitarios y perseverantes en la búsqueda de conocimiento, es necesario que reconozcamos que esto nos hace en ocasiones peligrosamente inalcanzables para los demás e incluso para nosotros mismos, pues como bien detecta Reza, siempre llega el día en que esto se desmorona, pues el mundo no sólo responde a ideas y razones. Creo que un proyecto como el que realizamos en el marco del curso de Problemas de Historia de la Filosofía puede producir nuevas posturas sobre nuestra actividad, y así suscitar respuestas sobre la crisis de la que partimos. Asimismo, concluimos que el objetivo del curso se cumplió a pesar de que hubieron muchos detalles que se pudieron desarrollar de mejor manera, pero aún así creo que trazó un importante camino que se desvincula de ese carácter solitario, serio y frívolo que a veces tiene nuestra actividad filosófica.



La frivolidad y la grandeza del quehacer filosófico (I)


El quehacer del hombre solitario y la seriedad ante la búsqueda del conocimiento

«El hombre solitario es una bestia o un dios»
Aristóteles


El curso de Problemas de Historia de la Filosofía se desarrolló bajo la propuesta de reunir elementos que representaran la imagen del filósofo desde la mirada de otros, y no desde los propios filósofos. Esto debido a que se partió del supuesto de que la imagen del filósofo actualmente está en crisis en todo el mundo. Por lo tanto, se planteó la tarea de reunir diversas representaciones en distintos formatos, para vislumbrar cuál es y cuál ha sido la imagen social del filósofo en los últimos cien años, así como cuáles son los prejuicios y asunciones que se tienen sobre su actividad. Esta tarea se conjugó a la par de varias discusiones realizadas en clase sobre los elementos e ideas que surgían gracias a nuestras investigaciones.

Dos preguntas que estuvieron presentes todo el tiempo fueron las siguientes: por un lado, ¿cuáles son las ideas que recurrentemente tenemos los filósofos de nosotros mismos?, y, por otro, ¿cuáles son las ideas que tienen recurrentemente los no filósofos sobre nosotros? Pocas semanas después de iniciar el proyecto, pudimos detectar que la mayoría nos habíamos inclinado a buscar y encontrar elementos que representaban a los filósofos más populares y reconocidos del siglo XIX y del siglo XX, como Nietzsche, Wittgenstein o Sartre. Asimismo, descubrimos que, o bien, nos enfocábamos en buscar representaciones de filósofos famosos, o bien, imágenes que mostrarán al filósofo de forma positiva. Fue así como admitimos que los filósofos solemos preferir entre todas las imágenes y representaciones que hay de nosotros a aquella imagen que nos muestra como grandes hombres dedicados al saber sobre el sentido de la vida y la existencia; esa imagen que nos muestra con una actitud reflexiva y erudita. Además, aceptamos que siempre solemos expresar que esa actitud es para nosotros, no sólo la mejor de todas, sino que es la mayor de la virtudes. De modo que para los filósofos resulta indudable que la filosofía es la mejor, y tal vez la única manera, de encontrarle sentido a la vida. Así pues, es importante detectar de qué forma se realiza nuestro quehacer. 

Por lo anterior, descubrí dos cosas que son recurrentes en las representaciones que logramos recolectar. Primero, el quehacer del filósofo es representado como una actividad solitaria, y segundo, el filósofo es constantemente representado con esta actitud reflexiva, denotando seriedad y pasividad. Por ejemplo, podemos ver que la mayoría de las fotografías  e imágenes que se encontraron, muestran al filósofo con gestos serios, en posturas rígidas, y casi siempre sólo en compañía de sus libros o de objetos que a su vez ayudan a expresar una postura formal, pasiva y distante.

Se suele considerar que alguien es frívolo cuando asume problemas o situaciones de forma superficial o injustificada, pero también, o bien, cuando asume el sentido de las cosas sólo en función de su beneficio o de que éstas lo hagan ver bien ante de los demás, o bien, cuando intenta demostrar su independencia o mayor importancia respecto al otro. De cualquier forma es claro que esto trae muchas dificultades, principalmente, la desvalorización o falta de respecto hacia el otro, o hacia lo que simplemente no es propio.

Tomando en cuenta esto, pienso que quizás la crisis en la imagen del filósofo tenga que ver con una crisis en el propio quehacer filosófico. Una crisis que deviene de identificarnos con ese carácter solitario y serio, que propicia en ocasiones, una actitud frívola ante el mundo. Una frivolidad que deviene de situarnos en un lugar privilegiado ante el conocimiento de las cosas. Esta identificación se nutre de muchas tradiciones a lo largo de la historia de la humanidad, desde el ideal cristiano que enaltece la soledad y la seriedad como requisito para comunicarse con la divinidad, hasta la postura romántica encontrada en varios autores del idealismo alemán, que consideran que la soledad es de alguna forma un espacio vital y necesario para entender el mundo y sus designios. 

Por lo tanto, lo siguiente sería reflexionar dos cosas: por un lado, preguntarnos si queremos o necesitamos de esta actitud en nuestro quehacer y por qué, y por otro, pensar qué respuestas podríamos dar ante tal señalamiento sobre nuestra posible frivolidad. Si nuestro objetivo era hallar elementos que puedan explicar la crisis en la imagen del filósofo, no podemos dejar de pensar y cuestionar todas las cosas que nos hacen ser lo que somos, sean positivas o negativas.


Reflexión Parte II

Si el siglo XX ha modificado las exigencias, la apariencia y los móviles no sólo del mundo y los hombres en general sino también del filósofo como expresé al final de la primera parte de mi reflexión, eso puede conducirnos no sólo a comprender porque el filósofo hoy en día se ve consagrado en su obra escrita de tal modo que “el que no produce no vende”. Sino que  también nos permite comprender el por qué de la necesidad de hacer una imagen comercial y divertida de los descendientes de Sócrates, al parecer podríamos pensar que no sólo el que no escribe no es ya hoy día digno de ser nombrado filósofo ya que dentro de los contenidos del blog la imagen del filósofo no sólo se ve convertida en la imagen de un erudito sino también en la imagen de un personaje que debe acoplarse a las modas actuales, debe vender  en las librerías y en el mercado con una imagen graciosa y osada.
            Es por ello que hoy el día el filósofo y su quehacer no sólo nos llega en textos sino también en artículos de uso diario o coleccionables, por ejemplo, el filósofo que se vende en la imagen o en frases de playeras como por ejemplo la playera de Hello Nietzsche en donde un aspecto físico característico del pensador alemán se ve caricaturizado con la mezcla de un personaje de caricatura actual
(véase Imagen), de ese modo se ve cómo el filósofo se ha puesto al servicio de lo que vende, de aquello que lo pueda hacer más popular y lo pueda hacer un personaje más cercano al resto de los habitantes del mundo capital marcando una serie distancia con la imagen de un filósofo ensimismado.
Otro ejemplo de la imagen del filósofo en  siglo XX a partir de las transformaciones del mundo es  el filósofo caricaturizado y coleccionable con el cuál no sólo puedes vivificar a clásicos del pensamiento sino que también puedes jugar con ellos mientras desarrollas una plática filosófica con tus amigos.(véase  Imagen).
Finalmente, otro aspecto de la búsqueda de la popularización y la venta de la imagen y las teorías del filósofo se manifiestan en los cómics pues es en ellos en los que los jóvenes pueden acercarse de un modo diferente y más vivencial a la imagen del intelectual, el filosofo no sólo vende en el siglo XX en la producción de sus textos sino también en el número de tirajes de los cómics que los reflejen. Un ejemplo de ello es el cómic de, Ryan Dunlavey y  Van Lente  titulado Action Philosophers en  Estados Unidos en el año 2004.
(véase Imagen)
En conclusión, aunque podríamos dar un sinfín de imágenes del filósofo desde una postura de erudito, escritor, modelo y personaje a la moda, también puede verse como una caricatura como un personaje de colección o una marioneta lo que creo que termina por ser un autentico reflejo de que “al lugar donde fueres haz lo que vieres”, es decir, la imagen del filósofo también se va modificando según modas y según el transcurrir del tiempo, ahí puede radicar también la permanecía del filósofo a través del tiempo e inserto en el siglo XX. 


Elaborado por Marlene 

domingo, 10 de junio de 2012


Los filósofos griegos se regocijaban con los discursos durante la caminata, los filósofos vistos desde la óptica del siglo XX se encantan con sus bibliotecas. ¡Amemos pues la filosofía que se plasma en papel!

Habría que hacer una reflexión sobre la relación de la imagen del filósofo que se constituye a partir de las fotografías de estos personajes que tienen sus bastas bibliotecas como fondos, ya que muy pasado de moda el movimiento peripatético, hoy nos encontramos en el tiempo en que el hit de ser filósofo es mostrar las obras escritas que pueden llevarlo a la inmortalidad pero también puede observarse a dichas colecciones en papel como la muestra y exaltación de su acervo intelectual. Sin perder de vista una buena pose que parece hacer más global la imagen.
Así, pensaba un poco que algunas de las fotografías en que los filósofos aparecen en sus bibliotecas-estudios no son más que la muestra de que el filósofo se piensa en un hábitat natural en que todo es armonía, no orden; un hábitat en que el filósofo puede estar cómodo acompañado por sus regurgitaciones intelectuales de modo tal que se muestra la imagen de un personaje meditabundo, solitario y atento a su  tarea intelectual, acompañado no por voces sino por libros que inspiran y muestran su reflexión, además de papel, computadoras y/o plumas, incluso, porque no un hilo que lo enlaza con el mundo como el periódico o alguna novela, sin que tenga que recurrir a voces y personas. Ante esto, es que se tendría la imagen del filósofo solitario y analítico como la de Emile Cioran tomada por Sophie Bassouls en 1986, dónde se observa a un personaje concentrado en su lectura y teniendo de fondo libros y papeles posiblemente con contenidos de su labor reflexiva. (Véase Imagen)
También, este fenómeno se puede encontrar la imagen de Louis Althusser que rescata la cámara de Patrick Guis al transcurrir el año 1973, en dónde se ve esa comodidad en un espacio propio en que se trabaja, pero también se ve al personaje complaciéndose con un buen tabaco -gusto muy personal-.
(véase Imagen).
Asimismo, dentro de este corte de fotografías en que los filósofos muestran su imagen al mostrar su zona de confort se encuentra  Emmanuel Levinas fotografiado por  Sergio Gaudenti en 1993, imagen en la que el filósofo se ve entrando a una habitación en que se encuentran libros y papeles como una muestra más de que todo amante de la filosofía debe tener una habitación destinada a dar tratamiento a sus preocupaciones intelectuales.(véase Imagen). Finalmente dentro de este rango en que se muestra a filósofos como habitantes de un espacio privado se puede ver la fotografía de Jean-Paul Sartre de 1970 tomada por James Andanson.
(véase Imagen).
Sin embargo, podemos ver otras poses, usos e interpretaciones en torno a las imágenes que vinculan al filósofo con su biblioteca-estudio; pues podríamos pensar que hoy en día ser filósofos es equiparable al término “erudito” o “intelectual”; visualizándose así como una figura que acumula datos, idiomas y conocimientos, que lee pero además moviliza mediante la escritura de libros, artículos, ponencias dichas adquisiciones.
Sin embargo, creo que igualar esos conceptos limita la imagen del filósofo, lo encasilla al lenguaje y los textos posicionándolo ante el riesgo de un nuevo refrán: “Dime cuánto has escrito y te diré que tan filósofo eres”. Esto me lo permito pensar desde imágenes como la de Antoine Gallimard capturada por la fotógrafa Sophie Bassouls en dónde se observa a un filósofo en una pose casual aunque mostrando parte de su acervo escrito en un librero ordenado y liso, no se ve un área de trabajo sino un lugar impecable  o casi un altar de conocimientos, en la cual su imagen de pensador se pueda resaltar (véase Imagen)
Ahora bien, la imagen anterior me hace pensar por otro lado que hoy en día la academia más que propiciar la educación de filósofo a partir del cuidado del cuerpo y el alma  o como una educación “integral” como lo proponía Platón; le exige al filósofo en formación cierta cantidad de publicaciones al año y con ello se vivifica la idea de que ser filósofo hoy en día podría tomarse como ser intelectual, escritor, erudito, etc; dejando de lado la idea de que cualquiera que aspire ser filósofo no debe caer en la mera memorización, sino que debe estar en un constante diálogo (analizar a través de la palabra) que de por resultado fecundas problemáticas y avistamientos de resoluciones.
Finalmente, dentro de esta misma postura puedo observar la imagen de Derrida de 1987 toda igualmente por Sophie Bassouls en que aparece un pensador en postura reflexiva y abrumada aunque con clara pose a la cámara con poca naturalidad; quizás lo abrumado se deba al peso de la habitación y los libros haciendo caer en una pose poco cómoda. Aunque  esa pose desde mi punto de vista poco favorecedora no elimina el reconocimiento que posee Derrida  como un filósofo brillante del siglo XX, simplemente me parece que su imagen no da más datos sobre su labor como tal.
.(véase Imagen)
En conclusión, a partir de estas imágenes me pregunto si el filósofo que ven hoy es un intelectual e innato escritor o un hombre que trabaja con la pluma reflexiva acompañada por la soledad, el cuerpo y su intelecto.
Aunque lo que creo que nos podría ser más claro es que las exigencias del mundo han modificado no sólo el modo en que los hombres en general actuamos, vivimos y necesitamos sino que ha llegado a modificar las exigencias de ser incluso, filósofo. Ya que a diferencias de la propuesta de Platón en República en que el filósofo debía ser educado desde el cuerpo hasta en sus habilidades matemáticas y discursivas, el siglo XX exige la presencia de un filósofo productivo -“el que no escribe, no vende”-debemos entonces procurar  las habilidad argumentativa para dejarla por sentada en textos.

Elaborado por Marlene
¿Filósofo es el que hace filosofía? Parte 3

En la última parte, dejamos la pregunta por Pao Cheng en el aire. ¿Es Pao Cheng un filósofo? Nuevamente tendremos que posponer la respuesta y enfrentarnos, antes, con el sinsentido al que lleva llamar filósofo a todo aquel que diga cosas "profundas": Osho.
En un principio, me proponía hacer un análisis del video de Osho (por cierto, marca registrada de CDs, DVDs en el campo de educación, filosofía y ciencia) y descomponerlo en partes y analizarlas. Pero, porque aprecio bastante mi cordura sólo me limitaré a señalar que entre contradicciones y suspiros, Osho nos revela que su forma de vida no sería filosofía sino philosia, puesto que no se trata de un amor por el pensamiento en tanto la Verdad (que por cierto él parece asumir que la posee) no se puede pensar, sino sólo ver. Añade que no le gustaría que se llame alguna vez a su forma de vida filosofía. Tal vez debió informar de esto a su equipo de mercadotecnia antes de que registraran su marca. Uno sólo puede desear que el hecho de que la gente lo llame filósofo y lo incluya dentro de la "metafísica" le cause por lo menos una indigestión leve.
El hecho es que hay algo en la conciencia popular que se resiste a adoptar esos términos nuevos y regresa a colocar a todos los "pensadores" en la categoría de filósofos, nos guste o no. Entonces, volvemos a la pregunta ¿es Pao Cheng un filósofo?. 
Me parece que la respuesta es doble, por un lado está, como ya lo adelantábamos en las partes anteriores, la concepción que los filósofos y estudiantes de filosofía tienen de los filósofos y por otro la de los no-filósofos, misma que parece regirse más por aquel dicho en inglés: if it quacks like a duck...
En términos estrictamente académicos, la respuesta sería un rotundo no. Pero es obvio que al menos para el autor del cuento sí lo es, por lo que volvemos al mismo problema.
Sería necesario, entonces, responder a la pregunta ¿qué significa hacer filosofía?, o mejor aún, ¿qué significa para los no-filósofos hacer filosofía?. Tal vez incluso habría que preguntarse por la posibilidad de responder esta última pregunta.
Pero dejemos estas cuestiones para la siguiente y última parte .

domingo, 3 de junio de 2012

La marginalidad del filósofo (III)



En esta última reflexión, me gustaría enfocarme en dos figuras icónicas de lo marginal: el santo y el loco. La idea surgió en la lectura de textos sobre George Bataille, quien al ser interrogado sobre su afiliación intelectual, responde “No soy un filósofo, sino un santo, quizás un loco”[1].

Si bien es cierto que el curso se enfocó en la denominación y caracterización del estatuto del filósofo por parte de los no-filósofos, me pareció interesante retomar a un personaje como George Bataille, pues me parece representa la dificultad a la que se enfrentan los intentos de clasificación. ¿Es un filósofo? ¿Es un poeta? ¿Es un pornógrafo? Sin duda alguna, fue un escritor y uno de los pensadores más importantes del siglo XX, por ello es que me ha parecido interesante pensar un poco más sobre las dos denominaciones por las que prefiere ser nombrado en lugar de filósofo.

En primer lugar, me gustaría tratar la santidad a través del pensamiento de Roger Caillois, el amigo y colaborador de Bataille, y con quien se decía, tenía una especie de ‘ósmosis intelectual’. Para pensar las frágiles distinciones entre lo sagrado y lo profano, es necesario conocer y cuidar las prohibiciones que les delimitan. Cuando alguna de estas prohibiciones es transgredida, es necesario buscar su expiación a través de ritos que logren reinstaurar el orden corrupto; sin embargo, cuando se ha cometido algún acto prohibido de tal magnitud que produce una culpa inexpiable, el sujeto transgresor se vuelve un ser consagrado.

Según se nos explica, “la santidad del culpable aumenta el peso de la falta tanto como la magnitud de los pecados da a veces la medida de la santidad futura,”[2] así, al sujeto que transgrede se le otorgaría el estatuto de santo, en tanto su culpa y su destino deja de ser cuestión humana, para tener que vérselas con la dimensión divina. Y precisamente porque ha atentado contra el orden profano de lo humano, es que debe ser urgentemente aislado de la sociedad, ya que constituye un peligro latente, pues

Incluso la voz impura no debe llegar a los oídos de los ciudadanos, pues cuando se trata de semejante sacrilegio no hay nada que no pueda servir de vehículo al mal […] su impureza misma hace sagrado al criminal […]. El culpable ha entrado en el mundo de lo divino: a los dioses les corresponde entonces perderlo o salvarlo.[3]

El santo al que alude Caillois, es un ser que debido a una falta irreparable al orden instituido es necesario apartarle de la sociedad,  un agente cuya mancilla se teme, pueda llegar a contagiar a los demás hombres, y cuya divinidad reside precisamente en ello.

Por otro lado, encontramos características similares a las del santo en la figura del loco, el cual he querido analizar a través de la descripción que elabora Michel Foucault en El poder psiquiátrico.

El loco, como el santo, representa un peligro para la sociedad de la que, por su nuevo estatuto ha sido necesario separársele; una vez denominado como tal, “el loco aparece ahora como adversario social, como peligro para la sociedad, y ya no como el individuo que pone en riesgo los derechos, las riquezas, y los privilegios de una familia”[4].

Como podemos ver, el loco es un peligro para su entorno familiar y social, pero también para sí mismo, es por ello que debe ser protegido,  y sobre todo, rápidamente recluido para evitar que provoque mayores estragos. Esta protección y reclusión, formarían parte del proceso de curación, en la cual debe intervenir la vigilancia atenta del médico, pues

El loco no sólo debe ser vigilado, además, el hecho de saber que siempre lo vigilan, y mejor aún, de saber que siempre pueden vigilarlo, que nunca deja de estar bajo el poder virtual de la mirada permanente, tiene valor terapéutico en sí mismo.[5]

Así, este modelo de vigilancia se acercaría al complejo arquitectónico del Panóptico, como esa estructura que permite la visión de varios individuos desde un centro que no permite el acceso a la mirada directa, y el cual pondría en juego de manera eficaz, la relación poder-saber, como la adquisición de dominio a través de la recabación unilateral de información de los individuos.

Ahora que hemos marcado las siluetas del santo y del loco, me gustaría regresar a las dos imágenes del filósofo que habíamos establecido anteriormente, pues encuentro algunos paralelismos.

El santo y el loco deben ser aislados de la sociedad, pues sus faltas pueden resultar perjudiciales para los que les rodean, sin embargo, el primero debe ser totalmente aislado del ámbito humano por el poder que su constituye su carácter transgresor, mientras que el segundo se encuentra sometido a relaciones de poder establecidas con la vigilancia.

De igual manera encontramos que el filósofo-científico caracterizado en los relatos de horror, es temido precisamente por el conocimiento que el saber sobre los seres vivos le confiere, mientras que la figura del filósofo revolucionario marcaría la pauta para la caracterización de un agente que debe ser vigilado para evitar provoque revueltas y daños al orden instituido.

Finalmente, me parece interesante repensar la figura del filósofo a través de metáforas como lo son el loco, el santo, el científico o el revolucionario, pues resaltan características implícitas que quizás, siempre tenemos en cuenta para hablar del filósofo, pero que mediante su explicitación, permitirían mostrar el carácter móvil de su imagen, lo cual en lo personal, me parece constituye lo esencial de éste: su capacidad para moverse en la periferia, para saltar de una categoría a otra y para jugar con los necios intentos clasificatorios, tal como solía hacer George Bataille.




[1] Citado por Ignacio Díaz de la Serna en Para leer a Bataille, Bataille, G., FCE, México, 2012, p. 9.
[2] Caillois, Roger, El hombre y lo sagrado, FCE, México, 2004, p. 45.
[3] Ibídem.
[4] Foucault, Michel, El poder psiquiátrico, Akal Universitaria, Madrid, 2005, p. 101.
[5] Ibid., p. 109.